Full text: La maldición de un moribundo (40)

La luna plateaba las tranquilas aguas del río Aragón. 
Dos hombres caminaban por un estrecho sendero que se internaba 
%% un bosquecillo que se extendía al pie de una colina. 
A entrambas márgenes del sendero se veía una aterciopelada alfom 
"a de verdor, esmaltada de pintadas florecillas, é interrumpida tan 
Solo á trechos por pequeños campos de maíz, cuyas espigas de sedoso 
Penacho á punto de madurar, brillaban «omo el oro por encima del 
folla go exuberante. 
En el arranque de una suave pendiente que bajaba hasta el valle, se 
Waba una miserable cabaña, construida de rústicos troncos 
Ricardo y Martín, que estos eran los dos hombres que iban por el 
"trecho sendero, se detuvieron ante aquella pobre y solivaria morada. 
Pequeña y endeble era su puerta; Ricardo la empujó sin esfuerzo 
Yguno y ambos penetraron en una reducida estancia que hacía á la vez 
S dormitorio y de cocina. 
La oscuridad que les rodeaba era profunda y nuestro joven guerri- 
%o, encendió su linterna. 
A su débil luz, distinguieron á un anciano de blanca barba, vestido 
el traje del religioso, tendido sobre mísero jergón de paja que sos- 
Mía uu tablero. 
En Su rostro se veían estampadas las huellas de la muerte; su respi- 
"ación era fatigosa. 
Con 
Acababa de tener un desmayo con espasmos, que interrumpió sus 
Wejidos, paro se conocia que rezaba en silencio. 
Al ruido de los dos guerrilleros y al herir la luz de la lintersa aque-
	        
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