LA MÁSCARA ROJA 13
Este nombre lo pronunció con los labios entreabiertos y luego conti-
nuó en voz baja:
—¡Decidme quienes sois, hijos míos, cerrad la puerta, los franceses
Pueden venir y temblad si ellos llegan!
Ricardo puso entonces su mano en el cráneo del moribundo y aquel
Contacto pareció darle una especie de comunicación moral.
Comprendió el monje la idea del joven y volvió á echarse, quedando
Sosegado.
—Nada temais, —dijo Navarro, —somos guerrilleros españoles y
Podéis abrir vuestr, corazón sin temor ¿en qué podemos seros útiles?
¿Quién es ese Landais?
El moribundo dirigió alternativamente su apagada mirada á los dos
Suerrilleros que le rodeaban y fijándol + en Martín, pareció que lo había
“Onocido.
—¡Ah, sois guerrilleros! —exclamó con voz que se extinguía por
Momentos.—La Providencia os ha conducido hasta aquí antes que yo
ótre en la noche sin fin y podáis saber la infamía de que he sido vieti-
Ma, por los enemigos de España... Yo tenía aqui, un depósito sagrado...
Y Me ha sido arrebatado por Landais, el comandante francés que hoy
%8 dueño de Tafalla... id y salvadlo, hijos mios...
Lleno de curiosidad Navarro y viendo que el anciano se interrum-
Pla, se apresuró á decir.
—Hablad y confiad en nosotros.
El monje volvió 4 incorporarse, la luz de la linterna daba en aquel
Momento de lleno en el rostro de Martín y aquellos ojos que iban á
“rrarse para siempre, se fijaron en el guerrillero.
En su demacrado semblante se exteriotipó la agitación de varios
"cuerdos.
Por un instante pareció que habían desaparecido los agudos dolores
Ye le tenían postrado.