14 LA MÁSCARA ROJA
Se hubiera dicho que de repente había recobrado todas sus fuerzas:
—¿Que edad tienes?—preguntó con ansiedad.
—Veintiseis años, —repuso sorprendido el compañero de Navarro
—¿Cuál es tu apellido?
—Martín.
—¡Gran Dios! —exclamó el anciano juntando sus descarnadas manos:
—¡No me he engañado!... ¡Su nombre, sus facciones, su edad!... ¡Si es
él...
—¿Que queréis decir, buen religioso?
Y este sin contestar á la pregunta de Lorenzo Martín,
—¡Oh, esto ha sido milagroso!... ¡Después de tantos años, hallarlo
la
en estos supremos momentos en que mi espíritu va 4 desprenderse de
la
cansada materia!... ¡Y es guerrillero, sacrifica su vida en aras de
independencia de la patria, amenazada por un enemigo traidor Y
brutal!
—¿Pero me conocéis?—insistió el joven.
—Sí, hijo mio, desde la infancia... yo soy aquel anciano que Lu
padre tenía encerrado en los sótanos de la casa que me usurpó junto
con todos mis bienes... ¿recuerdas que á ti debí la libertad una noche
que me proporcionastes unas limas, con las cuales rompimos la reja. de
la tumba que tu padre me había destinado? ¿Te acuerdas hijo mio?..-
Martín estaba mudo de asombro.
—Sus engrandecidos ojos fijos en el anciano, se cruzaron con inte”
ligencia con los de Navarro.
Tras un breve silencio, interrumpido tan solo por la fatigosa resp”
ración del moribundo:
—Cómo!—exclamó el joven.—¿Sois vos aquel desgraciado ancian0,
EUA ' , ; El
que ni aún en sueños ha podido borrar mi mente? ¡Ah, no me recorde!
y 2 : Aval...
aquellos días de amarga desesperación para mi desventurado padre:
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El ya no existe y debéis perdonarlo... más tarde he podido comprende
lo mucho que os hizo sufrir!