Uua vez solos nuestro guerrillero y Landais.
—¿Conque tuvisteis la fortuna de apoderaros ae unos docúmentos qU9
hallásteis en poder de un viejo monje que habitaba una cabaña próxIMa
—preguntó Navarro bruscamente. h
El comandante se extremeció, no por el vandálico hecho que había
llevado á cabo, y sí por el temor de perder aquellos papeles.
—¡Yo... sí... me apoderé de ellos! —balbuceó desconcertado.
—¿Porqué titubeáis, si apruebo vuestra conducta?... ¿Serán
escritos que revelarán la existencia'de un complot contra nuestro ejérer"
to, ¿verdad?
—Si y no...
—¡Cómo, no comprendo, explicaos mejor!
—Ese monje era un poderoso enemigo de la Francia, hombre inme?”
samente rico, gastaba su dinero entregándolo á manos llenas a las
juntas de defensa de Aragón y Navarra, yo pude descubrirlo, gracias A
este inteligente y leal muchacho, y en mi poder están esos documentos
que acreditan la existencia de una fabulosa suma que considero más justo
sirva á sufragar los gastos de nuestro ejército que contra él como servia
Indefinible sonrisa se dibujó en los labios del guerrillero.
—Vuestro patriotismo merece ser conocido del mayor general, a
que éste lo transmita al emperador, y por mi parte no dejaré de rec
mendaros y puedo asegura”os desde ahora que vuestro ascenso NO Y
hará esperar.
Ricardo había acercado tanto su silla á la del comándante que €
lo tenia preso con sus rodillas.
algunos
pan
asi