LA MÁSCARA ROJA PRO
Eran franceses, claramente se lo había confirmado el acento que la
brisa hizo llegar á su oido. Mt
Rápidamente preparó su trabuco y se ocultó tras unos espesos ar-
bustos.
Dos hombres aparecieron ante su vista.
, Vestían el uniforme de la infantería de línea francesa.
Uno de ellos era oficial, el otro un sargento.
Ricardo Navarro había hecho un ligero ruido al apuntar con su tra-
buco á través de las ramas.
Los franceses lo apercibieron.
—¿Habeis oido? —preguntó el oficial. :
—Sí, me ha parecido que alguien andaba por aquí) —repuso pl sar-
gento mirando á su alrededor.
—Verdaderamente estos españoles se han Y ropUBSIE cazarnos como
á las fieras; en cada peña, en cada mata se oculta un cazador.
_—Por eso yo siempre voy prevenido y ni siquiera doy la voz de inti-
mación, sino que disparo mi fusil al menor ruido. harias
Y uniendo la acción á la palabra, el sargento eds un tiro contra
las matas que él había creído que se movían.
Instantáneamente, otros soldados aparecieron en medio de la oscuri-
dad, surcándola con los relucientes cañones de sus daa á la débil luz
de ls estrellas.
El guerrillero no titubeó.
Se trataba de una pequeña ronda del enemigo que exploraba el monte,
Iba á ser descubierto é irremisiblemente estaba perdido.
Pagaría pues de audacia como en otras muchas ocasiones.
Las voces formidables de aquellos hombres, se asemejaban á los
Aullidos de los salvajes, y era que llenos de espanto, se creían ya envuel-
los en una emboscada.
Momento fué aquel e Navarro, en que solo la Anóngica explosión