LA MÁSCARA ROJA
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Mientras tanto Thien, animaba á sus soldados que eon un arrojo
verdaderamente temerario, se lanzaban á la muerte, llegando bien
pronto hasta aquella inmensa hoguera. |
Lo que alli ocurrió fué verdaderamente horrible.
El brigadier francés levantando su espada gritó con toda la fuerza de
sus pulmones: : á :
—¡Viva la Francia!....
-—¡Viva Españal—atronó el espacio como un solo eco, centenares de
“voces, seguido de un estruendo infernal.
Thien soltó su espada, abrió los brazos y fué á caer muerto en medio
de las destructoras llamas, ]
Espantosa confusión se originó entre los soldados de Napoleón, que
huían dando salvajes aullidos.
Para ellos no había salvación. : :
A cada paso que daban, un hombre se levantaba de entre la espesu-
ra, para hendir en su pecho un cuchillo.
Media hora duró aquella carnicería. de
El conde de la Bisbal se hallaba ya junto al incendiado edificio, ha-
biéndose apoderado de la artilleria de Clausel y dispersado al regimiento
de dragones que pretendió cortarle el paso.
A su alrededor solo se oía el grito de ¡Viva España! y de entre los
matorrales, salían multitud de hombres, que se abrazaban fraternal-
mente con los soldados del conde. y Ñ
—¡ Vuestro jefe! —exclamaba este frenético.
Dos brazos de hierro lo estrecharon. O
—¡Aquí estoy, mi general! —dijo una voz ahogada por la emoción.
Era Ricardo, Navarro. es E
La aurora apareció en el horizonte.
En la llanura y en la colina, reinaba un silencio de muerte.