LA MÁSCARA ROJA
12
invasores había devastado aquellos campos, y el edificio se hallaba
solitario. :
La noche á que hemoe hecho mención era sombría.
Negros nubarrones velaban y descubrían sucesivamente la luna que
acababa de levantarse.
Ningún objeto revelaba la presencia del hombre en la extensa vega y
sin embargo una sombra la atravesaba con dirección á un olivar que se
extendía en la ribera.
Se detuvo junto al tronco de un olivo y sacando una linterna sorda
reconoció el campo.
Era nuestro guerrillero Ricardo Navarro.
Vestía traje de pana, preservando sus piernas con polainas de cuero,
calzando gruesas botas con las que ya se habia acostumbrado á caminar
por entre los espinosos matorrales y á trepar por las escabrosidades y
riscos de las montañas.
Después de pasear cuidadosamente en todas direcciones su pene-
trante mirada al mortecino reflejo de su linterna, colocó esta en el
suelo y persuadido de que estaba solo y en el sitio que deseaba, se echó:
sobre su manta, de modo que dominaba á la vez, el camino y el rio.
—;¡Ah malditos franceses! —se dijo el guerrillero para sí,—sois de
sobra hábiles para engañarnos, pero no contais con que hay muchos
españoles como yo que no duermen para sorprenderos... allá veremos
si el mensajero que trae las órdenes de Soult para su compañeru Clausel
caerá en mi poder. d .
V
vd
4 Ñ
”
Navarro daamaid e durante una hora solo, entregado á sus pensa-
mientos, interrogando alternativamente con su mirada el río y el cami-
no que conducía á Caseda.
- Fatigado de aquella sostenida atención, cerró los: ojos y concentró
- todo el poder de sus órganos en su oído. :
_De repente un débil ruido, rizó la superficie de las aguas del Aragón -
y
/