LA MÁSCARA ROJA 17
el guerrillero, demostró bien claramente que aquel hombre no 2caDe
dispuesto á contestar lo que se le preguntaba.
— ¡Francés! —exclamó en tono de soberbio desdén
—¿Acaso podeis negarlo? —rugió Ricardo con impaciencia, — ada
Dios, que no ha de valeros ni vuestro'fingimieñto, ni vuestro disfraz!..
¡Pronto, ó sois hombre muerto!..
El extranjero hizo un brusco movimiento y se arrojó al agua desapa-
reciendo entre la corriente.
- —Eres un valiente, —murmuró Ricardo encogiendose de hombros.
Largo rato permaneció inmóvil, fija su mirada en el río, y convencido
de que el francés había perecido ahogado, saltó de nuevo á la orilla,
dirigiéndose hacia la abadía. i
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Atravesaba á buen paso el bosque de olivares en que antes había
estado oculto, cuando le pareció oir el O angustioso de una mujer
$ de un niño, :
Ricardo se detuvo y escuchó atentamente.
El gemido volvio á oirse, pero mucho más claro.
Nuestro héroe se dirigió hacia un grupo. de unos espesos arbustos.
. Tras uno de estos y acurrucada como un lío de trapos, vió á una
Mujer que estrechaba contra su seno á un niño de unos tres años que
“hubiera creído muerto, á no ser por on ligeros extremecimientos,
qUe agitaban su cuerpecito.
— ¡Cielos! —exclamó Navarro, abriendo. desmesuradamente sus” ojos
Téqué es esto?...
—¡Por piedad,—suplicó la mujer con voz débil en quiera que
Seais si teneis de humano el GOrazón, salvad á mi hijo!
—Nada temais, —contestó profundamente conmovido el guerrille-
'—S0y español como vos y la Providencia ha guiado mis pasos para
oa socorreros... levantaos buena pS ¿qué hacéis en este lugar
Flo y en tal estado?
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