LA MÁSCARA ROJA i 27
Sin embargo en aquel momento se había apoderado de ellos cierta
Postración que bien podía interpretarse por la seguridad de la suerte
que les estaba reservada.
El noble guerrillero, devoraba en tanto su ira en silencio.
Era fácil ver por la contracción de sus facciones, los esfuerzos que
tenía que hacer para contenerse á la cólera que bramaba en el fondo de
Su corazón.
y
: Ñ
Mientras había hecho By exámen de aquellos dos compinches, la
mirada de Ricardo se habia cruzado con: E del más joven como dos
£Spadas.
—¡Contemplad vuestra, obral—dijo Navarro con voz solemne, seña-
lando á los cadáveres.
Ninguno de los dos se atrevió á clas. : :
—Presiento la suzrte que nos espera, —repuso el primero sin. contes-
lar á la afirmación del Lince —pues no ignoro en poder de quien
Me hallo.
—¿Me conoceis?
es Ricardo Navarro, la Aiorto os ha da favorable, obrad pues
“omo mejor os plazca. de Ñ
—¿Cual es vuestro nombre?
—Morosini,—contestó aquel hombre con aplomo.
—¿Italiano?
—De la Calabria.
—¿Y servís á Napoleón?
—Soy su más fiel y leal servidor.
—Sois un asesino ,—dijo Ricardo lleno de furor, —y quien á hierro
Mata á hierro muere, dice el Evangelio. El autor de la muerte de ese
Motente niño que ves aquí, ha pagado ya su crimen, yo lo he castigado
Mel bosque, preparaos pues los dos á pagar el vuestro.
dirigiéndose al otro prisionero, añadió: .