LA MÁSCARA ROJA E 
'Antonia lanzó un gemido, que más bien parecía un armonioso mur- 
mullo. Ne ó 
—De modo, —exclamó,—¿que es á vos que os buscaban? 
—Sí, á mí, cuya vida han puesto á precio los jefes franceses... 
Y ahora que estais ya enterada de lo ocurrido, permitidme que me retire, 
si quiero salvar á vuestro marido, no puedo perder un segundo, 
—¿Pero y si se desvanece el error? : 
—Lo mismo peligra su vida, basta que sea español. 
En aquel momento penetró en el cortijo un nuevo personaje. 
Era Emilio, el'amigo de Pedro el leñador. i 
Se dirigió recto al joven que hablaba con Antonia y le dijo: 
—No hay tiempo que perder, Pedro ha sido conducido á Los Arcos 
donde se halla el general Clausel que ha llegado esta madrugada con su 
Estado Mayor. El grueso del ejército es esperado esta noche. CUA 
—¡Oh mi pobre Pedro!—exclamó Antonia juntando sus manos y. 
alzando sus ojos suplicante.—¿Le habeis visto? de 
—¿Tencis confianza en mi?—se apresuró á decir el joven. Y 
—Si. ¡Que Dios os proteja! Decidme vuestro nombre para unirlo con 
el de mi marido en mis oraciones, —le dijo la desventurada esposa de 
Pedro. si Py NN] ¿ AA das + dea: 
Los dos jóvenes estaban ya en el bosque, cuando hizo esta pregunta. 
-—¡Me llamo Ricardo Navarro! —oyó que le contestaba aquella voz 
- Áulce que había hecho renacer su perdida esperanza. : 
Y repitiendo mentalmente este nombre, fué á pronunciarlo al oido de 
- Sus hijos, como si los queridos inocentes pudieran comprenderla. : 
Durante toda ésa conversación, la Máscara Roja fijos sus ojos en 
aquel personaje que el lector habrá conocido por Ricardo Navarro, no 
abía pronunciado una sola palabra; Ricardo. la había mirado también 
- Sin hablarla pero su mirada era aún más elocuente que su acento. 
- Solo cuando Ricardo iba á ausentarse de Antonia, le dijo casi al oído: 
—Te aguardo en Estella. y Qe ; : 
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