LA MÁSCARA ROJA : O
—¡Atrás, bandidos! ¡Fuego!
"Y las bocas de cien trabucos, epa una lluvia de hiérro á su
alrededor.
Clausel estaba loco de rabia.
—Cargad á la bayoneta, —gritaba del todo desplia pucelo:
Y se multiplacaba el ataque con mayor encarnizamiento.
Los soldados españoles iban ganando terreno con intención de apro-
Ximarse al pena y. ocios los sacos arremetían creyéndose
ya victoriosos. : :
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En aquel momento centenares de paisanos salieron de be ciudad y se
decidió el combate.
Al empuje formidable de los hijos de Estella, irocdie/oR aterrados
los supersticiosos sayones de Napoleón, pisando una alfombra de cadá- :
-Veres, huyendo en espantosa confusión para trepar por las colinas.
Entonces fueron cogidos entre dos fuegos y los diezmados batallones:
de Clausel, corrieron á la desbandada en dirección de la sierra de Andía,
- Sin que fuera bastante á detenerles los pas de, clarines que. los lla-
Maba. ]
En esta terrible confusión y puesto de pie sobre sus estribos el
Mariscal, ordenaba á la artillería á que Mn dapeióa sus cañones y bombar-
deara la ciudad.
Junto á él resonó una deba roliliehó 6 caballo que montaba
y dando un tremendo saltó, salió desbocado, por el camino de Améscoa, >
al mismo tiempo que oía claramente mía voz estentórea que le bas Y
—¡Clausel, es Ricardo Navarro que te matal
Empero Ricardo se aquivocaba, el general no estaba herido, la bala
había penetrado en el anca derecha del caballo de aquél.
El combate había terminado, quedando en poder de los españoles
Muy pocos prisioneros y en el campo centenares de cadáveres.
- Además se apoderaron de seis cañones. 3
Se Po á pesar lista en el hatallón ye en la guerrilla.
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