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30 LA MÁSCARA ROJA
Ante su vista aparecia un horroroso espectaculo. :
Su casa, aquel poético cortijo que tantos días felices le habia hecho
- experimentar, altar de su volcánico amor, cuna del fruto de su corazó,
e
cu
no era más que un monton de escombros por entre los cuales, se des
brian carbonizados cadáveres, imposibles de identificar.
De repente oyó angustiosos lamentos y una voz moribunda que pro-
nunciaba su nombre.
Aquella voz era la de su Antonia, la madre de sus hijos. :
Pedro sin tener en cuenta que para llegar hasta el punto de do
salian los gemidos de su mujer, era preciso penetrar por entre los techos:
“que se derrumbaban y que se exponia á quedar sepultado, se arrojó-
propiamente dicho en brazos de la muerte. : :
Llegó hasta un muro ennegrecido. que todavía se sostenia de pi%»
tropezó con un carbonizado madero, vaciló un momento é instintiva-
mente apoyó sus manos en el muro como punto de apoyo.
A su contacto, el muro tembló en sus bases, osciló algunos segundos
nde
y se desplomó con lúgubre ruído, cayendo él tambien, herido en la c%-
a
Trató de levantarse, obstinándose en seguir impertérrito en su loca
empresa, al ver cerca “de él una mano ensangrentada y la misma voz
lastimera que decía:
—¡Pedro!...¡Hijos de mis entrañas! |
—;¡Antonia, Antonia! —gritaba el leñador arrastrándose por entre
escombros, —¡Antonia, yo te vengaré!....
Pero el golpe que había recibido en la cabeza, le había producido:
conmoción cerebral, y falto de fuerzas perdió los sentidos.
los
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Cuando volvió en si, nada recordaba. , e ; ;
—¿Dónde estoy?... ¿Que me ha sucedido? —murmuró de un modo Eo
hacia daño, —¿Será posible que Antonia me haya abandonado en 500)
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lugar? ¡Ah, y ella se ha ido, se ha llevado á mis hijos!... ¡No,
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