2
LA MÁSCARA ROJA
Este matrimonio, podía llamarse feliz en medio de aquella soledad
poética, armonizada por los niños que habían nacido de aquel amor.
Empero la fatalidad, personificada en los franceses que invadieron la
Península ibérica, se introdujo en aquel alegre cortijo, como se intro-
dujo también en todos los hogares por escondidos que estos se hallaban.
Pedro el lenador, como así se le llamaba por todos aquellos contor-
nos, era un mozú de unos veinticinco años, de formas atléticas, de
rostro noble y bondadoso, pero de un valor fuera de toda ponderación.
Apartado como vivía de los poblados, ignoraba la destrucción que en
su ruín intento, llevaban á cabo las huestes de Napoleón en España,
cuidaba tan solo de su esposa, gozoso de las caricias de ésta y de sus
pequeñuelos, que realmente eran su encanto.
Aquella noche, Pedro se había entretenido más que de costumbre en
el monte.
El sendero que conducía á su cortijo, se hallaba envuelto en la más
profunda soledad.
El leñador caminaba pensando en la impaciencia en que estaría su
esposa, en el mayor de sus hijos, que no había querido acostarse espe-
rando su llegada.
De pronto le pareció haber visto brillar á la mortecina luz de las
estrellas, el reluciente cañón mel una carabina, entre los árboles.
Pedro se detuvo.
Su penetrante mirada quiso sondear la esposura.
Nada vió. , y
Sin embargo, pt como si CN andara sobr el césped y resuelto
,—penetró por entre el ramaje. :
—¿Quien anda por aquí? — dijo con “VOZ SONOTA. ] ee
—Soy yo, Pedro,—contestó una voz varonil con el mismo l6no
- Un hombre salió del bosque y se acercó á él.
—¡Ah, eres tú Emilio! —exclamó sonriendo el l leñador. de diablos.
hacos por aquí? »