Full text: Un combate y una espada (44)

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Al salir del hospital del todo curado de mis heridas, sentía los mis- 
mos deseos de venganza y anhelaba con más afán que antes hallarme 
en nuevos combates. De Andalucía me embarqué para Bilbao y desde 
este punto me vine á Roncesvalle á completar mi convalescencia. La 
imágen de mi mujer y de mis hijos, me atormentaban continuamente y 
pasados dos meses, formé parte de las tropas aliadas al mando del duque 
de Wellington. Mi columna acudió á la defensa de Zaldivia, población 
que habían saqueado los franceses, al paso que se dirigían á Tolosa. YO 
me había quedado algo rezagado y atravesaba un valle para seguir el. A 
camino que conducía al pueblo. De pronto me fijé en una choza que 
estaba ardiendo, y que se desplomaba por momentos. Me acerqué á ella 
y desde su exterior viá una niña de pocos meses que estaba tendida 
sobre una estera, mirando con alegres ojos las destructoras llamas que 
“consumían aquel miserable albergue y tendiendo sus manitas como si. 
quisiera cogerlas. Me precipité sobre las llamas y la tomé en mis bra- 
zos. Se sonreía y me pareció que profería el nombre de padre. Me senti 
algo conmovido y me reproché mi sensibilidad, mas no pude despren- 
_derme de ella, y determiné salvarla. Aquella niña fué la que aplacó la 
ira de mi corazón contra la humanidad entera. Me sentía verdadera- 
mente enfermo y pedi mi retiro, viniendo á vivir á Roncesvalle, llevando 
conmigo á la pequeña inocente. Puse todo mi cuidado en criarla para 
más adelante educarla y la amaba como si fuera hija mía; me figu- 
_raba encontrar en ella á mis hijos y á mi mujer y todo cuanto había 
perdido, Así se pasaron seis meses, la niña balbuceaba ya mi nombre, - 
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