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Al salir del hospital del todo curado de mis heridas, sentía los mis-
mos deseos de venganza y anhelaba con más afán que antes hallarme
en nuevos combates. De Andalucía me embarqué para Bilbao y desde
este punto me vine á Roncesvalle á completar mi convalescencia. La
imágen de mi mujer y de mis hijos, me atormentaban continuamente y
pasados dos meses, formé parte de las tropas aliadas al mando del duque
de Wellington. Mi columna acudió á la defensa de Zaldivia, población
que habían saqueado los franceses, al paso que se dirigían á Tolosa. YO
me había quedado algo rezagado y atravesaba un valle para seguir el. A
camino que conducía al pueblo. De pronto me fijé en una choza que
estaba ardiendo, y que se desplomaba por momentos. Me acerqué á ella
y desde su exterior viá una niña de pocos meses que estaba tendida
sobre una estera, mirando con alegres ojos las destructoras llamas que
“consumían aquel miserable albergue y tendiendo sus manitas como si.
quisiera cogerlas. Me precipité sobre las llamas y la tomé en mis bra-
zos. Se sonreía y me pareció que profería el nombre de padre. Me senti
algo conmovido y me reproché mi sensibilidad, mas no pude despren-
_derme de ella, y determiné salvarla. Aquella niña fué la que aplacó la
ira de mi corazón contra la humanidad entera. Me sentía verdadera-
mente enfermo y pedi mi retiro, viniendo á vivir á Roncesvalle, llevando
conmigo á la pequeña inocente. Puse todo mi cuidado en criarla para
más adelante educarla y la amaba como si fuera hija mía; me figu-
_raba encontrar en ella á mis hijos y á mi mujer y todo cuanto había
perdido, Así se pasaron seis meses, la niña balbuceaba ya mi nombre, -
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