16 LA MÁSCARA ROJA
á beber, haciendo correr las copas de mano en mano y cantando con
todo el exceso de la alegría de que estaban poseídos.
La noble mujer, dispuesta á seguir fingiendo, hasta venció la repug-
- nancia que sentía al lado de aquellos soldados y aceptó una copa de vino
que le ofreció el sargento, siguiendo el ejemplo de la madre la joven
Casilda. j
Era más de media noche y no cesaban de beber los franceses.
Al fin los vapores del vino comenzaron á dejar sentir sus efectos.
- Los seis estaban embriagados y dejando la custodia del prisionero.
al que le tocó en turno, se tumbaron los demás sobre un montón de paja
que había en una habitación inmediata. :
La choza aunque en apariencia parecía pequeña, era bastante espa-
ciosa y se componía de tres departamentos.
Casilda, siempre fingiendo, se acercó al centinela y le dijo:
—Duerme tú también y descansa sin cuidado, que al más leve movi-
miento que haga este malvado, yo os despertaré á todos.
No deseaba otra cosa el francés.
Su cabeza pesaba mucho más que el resto del cuerpo y en verdadero
estúpido, se durmió también como un tronco.
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Ricardo Navarro, que creía de buena fé cuanto había dicho aquella -
'_mujer, no esperaba el resultado que iba á ofrecerse á su admiración, Y
se tendió á su vez para entregarse á la reflexión de su crítica situacióM:
La tempestad entretanto había estallado con todo su furor. E
- Los truenos se sucedían con rapidez, . repercutiendo su eco por 108
montes, siendo realmente pavorosa la noche. :
La lluvia caía impetuosa.
En el interior de la choza solo se oían los fuertes ronquidos de loS
embriagados soldados de Napoleón. >
Ricardo Navarro, ensimismado en sus pensamientos, no pudo aper-
sa que Casilda abrazaba á su hija y le manifestaba en breves y bal-