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VII
- Todo el espacio de tierra que se extendía desde el lindero del bosque :
á las primeras ondulaciones de la colina, estaba sembrada de soldados
franceses muertos ó heridos.
Soult paseó su mirada en torno suyo y contó sus oficiales.
Diez de éstos estaban “e pie, pero heridos la mayor parte.
Cavane contemplaba con calma esa carnicería horrenda.
La atmósfera estaba cargada del humo de la pólvora, y la confusión
era indescriptible. No se oían más que las órdenes que daba Soult con
voz estentórea. ES
En ese instante, el capitán Cherami vino á pasar cerca del general,
tenía su mano izquierda en el pecho y parecía gravemente herido.
—Capitán,—le gritó Soult —¿cómo estamos? e que podremos
- sostenernos aún mucho todavia? se
—Todo lo que pueden sostenerse doscientos hombres en una posición
desesperada, todos los demás están muertos ó heridos. Doscientos hom-
bres y diez oficiales es todo lo que queda del octavo regimiento de caba-
lleria. El cuarto escuadrón no cuenta ya más que dos ó tres hombres.
—;¡ Adelante, aprisa, aprisa! —gritó el mariscal Soult con voz terrible
que resonó como una trompeta en el campo de batalla. —¡Despachen!
Es preciso. que hagamos en seguida señales al general Ney. Es un
valiente que no abandonará á sus compañeros de armas. ¡Adelante!
El último corneta todavia válido tocó al asalto y los sobrevivientes
se lanzaron con todo el valor de la desesperación.
Habiéndose disipado algo la humareda, Soult detuvo la mirada en la
pendiente de la colina y el horror le petrificó. 1 :