1000 “*%"" LOs ANGELES DEL ARROYO
—¿No es más natural que yo, que soy hombre y
soltero, pase por padre de esa niña, que tú, durante
cuyo matrimonio nació esa niña, aparezcas siendo su
madre?
—Pero... creo... que habiendo cesado el motivo que
nos tenía distanciados...
—Mira, Dorotea: lo que tú piensas en este momento y
hubiera sido la felicidad de mi vida hace ocho años, no
puede ser ya
— Oh! ¿Por qué?
—No te ofenda lo que a decirte voy.
—Habla... di.
—Bien sabes cuánto te amaba cuando éramos los dos
casi unos niños. No te he hecho nunca un cargo por ha-
berte casado, no por tu voluntad, sino obedeciendo a exi-
gencias de tu padre, y en la imposibilidad en que yo,
estudiante entonces que comenzaba mi carrera, es-
taba de competir con el hombre que te asignaban por
esposo. De otro modo te hubiese disputado a él, y tú
creo que no hubieses vacilado entre los dos.
—¡Oh! Seguramente, Víctor.
—La casualidad, el destino, lo que quiera que sea O
llamarlo quieran, te hizo hallarme en tu camino, cuando
yo, hasta entonces, había procurado no verte, huir de ti y
olvidarte.
—Yo siempre te recordaba como el único hombre a
quien había querido,
—Yo también; pero a mí me alejaba de ti mi voluntad,
y a ti de mí el deber. La fatalidad nos reunió en hora
aciaga para los dos.