LOS ÁNGELES DEL ARROYO
La actriz hizo sonar un timbre eléctrico, y un criado
se presentó.
—Tome—le dijo Emma, presentándole un llave—. Há-
game el favor de abrir el número 7 y traer la niña que ha
quedado allí.
El criado salió.
Las dos mujeres quedaron en silencio.
Colás escuchaba desde fuera, a la puerta del salón,
donde había quedado esperando el resultado de la entre-
vista.
Dos minutos después, que a Dorotea le parecieron un
siglo, llegó el criado con la niña, que llevaba en brazos
una de sus muñecas. Lulú o Nina.
—¡Mi hija! exclamó Dorotea, en un arranque esponta-
neo de verdadero amor maternal, levantándose de su
asiento,
María se detuvo,
Sus ojos azules e ¡visados se fijaron en Dorotea con
expresión de asombro.
Después, mientras Dorotea, con las manos cruzadas,
los ojos llenos de lágrimas y los labios entreabierios, vacl-
laba en precipitarse hacia su hija, María, mirándola coñ
recelo, como si viese una demente, se acercó lertamente
a Emma y la preguntó a media voz: a
mí"