LOS ÁNGELES DEL ARROYO 1039
Extendió dos recetas, indicando cómo debían em-
plear aquellas medicinas, y se despidió rogando a Dorotea
que se confiase a su médico, cofi quien él celebraría una
consulta, y que no volviese a ocuparle.
— Entre nosotros, Dorotea, debía existir todo el ancho
mar. Nuestra aproximación es peligrosa y conviene que
nos distanciemos todo lo posible.
Dorotea se sonrió dolorosamente.
—¿No te parece—le dijo —que pronto habrá entre no-
sotros una separación mayor que la de un océano?
—«¿Por qué dices eso?
—Porque del lado allá del mar, se vuelve; del lado,
allá de la vida, no ha vuelto nadie todavía.
—Es muy posible que también yo vaya a buscar esas
ignoradas playas de las que no se vuelve jamás.
— ¡Tú! ¡Estás acaso enfermo!
—¡Oh!, la última enfermedad se provoca en un seguin-
do; no es preciso que exista—contestó Víctor con sines-
tra sonrisa,
Aurora estaba conmovida al oir aquellos dos seres
desesperados, que hubieran podido ser aún tan felices.
Había comprendido que Víctor encontraba a Dorotea
en gran peligro de muerte irremediable, así como que él
pensaba poner fin a sus sufrimientos morales por el ho-
rrible suicidio.
Víctor, como hombre reflexivo, pensador, sabio y de
experiencia, comprendió que, no pudiendo existir entre
AS
AAA
e
"E AÍS
E
A a rai.
eS