LOS ANGELES DEL ARROYO
—Sí... tú me has dicho algunas veces que tenías esos
sueños.
—Que un chiquillo sucio y descalzo me llevaba a
cuestas.
—Sí... sí... ese chiquillo sucio y descalzo, era yo.
—Y que me llevaba a una casa muy grande donde ha-
bía muchos soldados.
—Sí, María, sí... eran los cuarteles donde nos daban
rancho...
—¿Qué es eso de... rancho, mamá? —preguntó María
a Emma.
—Lo que comen los soldados.
—Sí, María... Tú entonces te llamabas Marieta, ¿no te
acuerdas?
—¡Ah! Creo... creo que sí. Ruperto me llamaba tam-
bién antes así.
—Todos te llamábamos Marieta.
—¿No te acuerdas de Clara?
— ¿Clara?
—Tu madrina.
Moo
La niña hizo un movimiento negativo con la cabeza. ;
—¡Ah!—exclamó de pronto Nicolás, mirando a lo lar-
go del andén como fascinado.
—¿Qué miras —le preguntó Enrique.
Nicolás se levantó y echó a correr.
—¿Dónde va ese muchacho? — preguntó la Santoliani a
Enrique. /
Este miró. en la dirección que había emprendido Colás