1060 LOS ANGELES DEL ARROYO
— Espero a mi esposo,
—«¡Andiamo, andiamo!» —dijo a espaldas de Emma el
señor Carioli.
—¡Ah! Aquí está.
—«¿Che e questo?» —preguntó el italiano.
Emma le puso al corriente de la situación.
Hechas las presentaciones correspondientes, todos si-
guieron a Clara hasta reunirse al pie del vagón donde Clara
presentó al duque la actriz y María Goltfini.
—¡Arriba, arriba, señores, que nos vamos... —dijo la
voz del conductor del tren.
—¡Marieta! —exclamó Colás—. Un beso por si no nos
volvemos a ver,
Y Colás abrazó a la niña y la estampó dos besos en
las rosadas mejillas.
—¡Y al Puntal —dijo tristemente Enrique.
La niña parecía despertar de un sueño, sin duda remo-
vida su dormida memoria, y allá en el fondo nebuloso de
sus recuerdos, debió de ver el cuadro entero de su primera
infancia.
De pronto echó los brazos al cuello al que debía tal
vez la vida, y exclamó:
—Si... sí... ya me acuerdo.. Tú, chacho Colás... y éste
el Punta, y ésta Clara...
Un triple grito se escapó de los labios de los tres an-
tiguos golfos, y disputándose a la niña, la cubrieron de