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LOS ANGELES DEL ARROYO
los gomosos y sietemesinos, desgarbados y con caras y
aspecto de chiflados.
Aquel joven era Nicolás Expósito, el actor de quien el
portero había hablado a la señorita Golfini.
de
No creemos tener necesidad de decir que Nicolás, el
actor, era el antiguo golfo Colás, el compañero del Punta,
el «padre», como él decía, de Marieta.
¿Cómo había llegado a ser actor un muchacho que
parecía dedicarse al comercio y que tan adelantados lle-
vaba sus estudios bajo la protección de la marquesa de
Ortruda, Dorotea Cazalla?
Ya lo sabremos a su tiempo.
En doce años que habían transcurrido desde el día en
que Colás y Enrique habían sido reconocidos por Marieta
como rebuscados entre los recuerdos que conservaba su
prodigiosa memoria, habían ocurrido ciertas peripecias
que le decidieron a buscar por otros camirios el que podía
conducirle más derechamente a la fortuna.
Desde luego, llegaba a San Petersburgo sin otra reco-
mendación que una carta de la Ristori a la Santoliani.
La: Ristori había sido maestra de Emma, y cuando
pensó retirarse del teatro y dedicarse a la enseñanza en
Italia, licenció su compañía, algunos de cuyos individuos
formaron un pequeño cuadro en el que no había ninguna
-notabilidad,
Y como en el género trágico, suele caerse de lo subli-
me en lo vulgar, aquella compañía resultaba aceptable
para pueblos de tercer orden, no para capitales de ¡im-