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LOS ANGELES DEL ARROYO
Alejandra, porque, aunque éste era el predilecto de los
verdaderos rusos, como teatro nacional, el teatro Francés,
o sala Miguel, era el más concurrido por la grandeza y,
sobre todo, por los extranjeros que formaban las colonias
extranjeras y la inmensa población flotante de San Peters+
burgo.
*
Desde las primeras noches, Emma, lo mismo que Ma-
ría, habían notado que en uno de los proscentos había un
hombre solo, cuyos gemelos no se apartaban de María
desde que aparecía en escena hasta que se retiraba.
Veíanle a la puerta de salida de los actores, a la hora
en que éstos se retiraban, y como si tuviese alguien en el
hotel Imperial, donde se hospedaba la compañía, que le
avisase cuando salía María en carruaje o en trineo, siem»
pre veía sobre sus huellas el trineo o el carruaje de aquel
sujeto, que debía ser rico y de elevada posición.
Era, en efecto, Miguel Astragroft, principe de Vitelesk.
El príncipe era un hombre de treinta y seis a cuarenta!
años, y uno de los hombres más hermosos de San Pe-
tersburgo.
No faltó quien informarse a Emma y a María de que.
el príncipe era señor de ese inmenso territorio que se ex- *
tiende entre los ríos Duna y Dnieper, hasta la margen
del Beresines, veinte o treinta leguas cuadradas de bos:
que, huertas y aldeas, con abundancia de caza de renos y
engíferos y toda clase de volatería.
Era un hombre poderoso; pero sobre él no había que;
fundar ninguna clase de esperanzas legítimas. :