Full text: Tomo primero (001)

100 LOS ANGELES DEL ARROYO 
No quise “engañarla. Amaba a otra y no caben en el co- 
razón dos amores. 
Dorotea dirigió una última mirada al retrato y luego, 
recordando el objeto de su visita, dijo a Eduardo: 
- —Han dado las doce. ¿No fué esa hora a la que citó 
usted a los niños? 
—Sí, marquesa. Y me extraña que ya no hayan veni- 
do; pero supongo lo que habrá retrasado su venida. 
—¿Qué? 
—Dí a Colás dinero para que comprase a la niña un 
vestido y calzado nuevos, y como el pobre chico no en- 
tenderá mucho de eso, supongo que andará titubeando y 
recorriendo almacenes. 
—Esos pobres niños se levantan siempre temprano, y 
más con la novedad de esas compras, y ya han debido 
haberlas hecho y estar aquí. 
—Como no haya olvidado Colasillo las señas... Aun- 
que se las hice repetir varias veces y él no es nada torpe. 
—Por eso es más de extrañar que no estén ya aquí. 
_—No se impaciente usted, marquesa; ellos vendrán. 
¡—¿Pero usted con qué objeto los citó? 
—Yo esperaba nuestra entrevista de anoche. Com- 
prendí que usted desearía hablarme, porque la mirada 
que me dirigió en el salón era tan atónita como suplican» 
te; y previendo lo que en esta entrevista habría de su- 
ceder creí oportuno citar a Colás aquí, donde casi tenía 
la seguridad de que usted vendría con el deseo de abra» 
zar a su hija. 
—Supuso usted bien. Yo entendí que usted intentaba 
comprometerme una y otra vez para hacerme confesar
	        
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