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1110 LOS ANGELES DEL ARROYO
Ahora eres don Nemesio Carrasco, secretario particu-
lar del duque de la Sonora...
—Algo más podía ser—dijo Nemesio con insolente
sonrisa.
—SÍ.... mi amante; pero ya sabes lo que te dije cnando
te acercaste a mí en París:
<No pretendas nunca nada de mí, porque no habrás
de lograrlo: ni me gustas ni te quiero; pero no quiero que
te mueras de hambre o te metas con cuatro pillos que te
lleven al crimen y te guillotinen en la plaza de la Ro-
quette. »
Te hice aceptar por el duque como secretario; pero en
cuanto te has visto con dinero, te has dado por los vicios
y por gastar a troche y moche, y eso no se puede sopor-
tar. El día que me canse de protegerte y de darte más de
lo que debo, se lo digo al duque y te planta en la del rey,
como dos y tres son cinco.
—i¡Tú no harás eso!...
—¿Nou? Trata de abusar mucho, y verás. Bueno es ser
buena, hijo; pero tonta..., eso, no...
La vuelta del duque al palco interrumpió aquel íntimo
diálogo de los dos antiguos golfos, Clara Muniesa, duque-
sa de la Sonora, por la gracia del Destino y de la chochez
prematura del duque don Ramón María Narváiez, y Ne-
mesio Carrasco (a) el Chato de Carabanchel,
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El duque y la duquesa, con su secretario Nemesio Ca-
rrasco, habían llegado a San Petersburgo el día anterior
para asistir el día de la Epifanía a la bendición de las