LOS ANGELES DEL ARROYO 1131
Era imposible detallar más su carácter que lo hacía la
joven trágica.
Cada movimiento, cada mirada, cada frase y cada ac-
títud, era un prodigio de detalle,
Isabel hablaba despacio, en voz un poco baja, lo que
obligaba al público a suspender hasta la respiración para
oirla; una mirada suya, era una orden, y había espacios de
tiempo en que la mímica reemplazaba a la palabra, sus-
pendiendo en todos el ánimo, pendiente del más insigni-
ficante gesto de la actriz.
María estaba haciendo una nueva creación de aquel
papel, que ya había desempeñado algunas veces sin cari-.
ño y sin esmero, y pasando con indiferencia entre públi-
cos tan ilustrados como el público ruso.
Pero es que entonces no existía aquel duelo a muerte
de rivalidad artística, que seguramente no era María quien
lo había provocado, sino la Santoliani, dominada por la
envidia y la soberbia de «maestro acuchillado».
Cuando tocó a Emma salir a escena, aún no se había
repuesto de la impresión que en ella había causado el re-
cibimiento dispensado a María Golfini, y la vibrante aten-
ción con que se la escuchaba, como si en la sala se hubie-
se hecho el vacío y sólo resonase la voz de la soberbia
reina inglesa.
Y enfrente quedaron las dos rivales, midiendo sus ar-
mas y como probando su temple antes de cruzarlas.
Fué un segundo; fué una miráda; fué un ligero frunci-