LOS ANGELES DEL ARROYO
—¡Ah! ¿Me mandas?
—SÍ, porque tu negativa es estúpida,
—¿Por qué?
—Porque...
-—¡Acabal...
—Porque debemos salir juntas.
—La... maestra... y la discípula...
—No... las... compañeras...
—¿Crees tú que estamos a la misma altura para recibir
mismo homenaje?
Emma callaba.
, — Acaba... o no salgo.
-—Pues... blen, sí.
-—Entonces, desde mañana, entre nuestros nombres en
los carteles, no habrá más que un guión. ¿Estás conforme?
+
Emma se mordió los labios.
Pero fuera redoblaban los aplausos, las voces, los bas-
tonazos... un ruido infernal como hacía años no se escu-
ehaba en el aristocrático coliseo.
— ¡La Santoliani y la Golfini! —gritaban de todas partes.
—¿Estás conforme? —repitió María.
—Bien, sí... pero ven.
—Es que si no lo cumples te arruino, porque entonces
me marcho.
—Está bien: eres una ingrata.
—Eso ya lo veremos.
Tomo 1—143