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1168 LOS ANGELFS DEL ARROYO
—En todo caso hubiera puesto mi amor en quien ¡pu-
diera corresponderme.
— ¿Y usted no puede?
—¿Yo?
Sabiendo lo que amo a usted...
-—Príncipe... —dijo María, sonriendo con una sonrisa
burlona, que la hacía más interesante —. Usted se hr
equivocado o le han engañado miserablemente.
—+¿Por qué, María?
—Usted me ha juzgado como la generalidad de los
hombres juzgan a lis mujeres de teatro, y más que nadie
los grandes señores como usted,
—Yo, señorita, he prescindido de que pertenezca us
ted al teatro.
—¡Ah! —exclamó María—. Entonces..., peor que peor.
Diga usted, principe: ¿por quién me ha tomado usted?
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