1170 LOS ÁNGELES DEL ARROYO
-——Y bién...
Vo. la creo a usted... de la clase de las mujeres ado-
rables...
—Que se dejan adorar. ;
—Y que pueden adorar.
—Poder... toda mujer puede; pero según a quién...
—¿Qué tacha halla usted en mí?
— ¿Cuál?
— ¡Sil Soy aún joven, porque en Rusia a los cuarenta
años se es tan joven como en su tierra de usted a los
veinticinco.
Allí los hombres son viejos desde los cuarenta años, y
a los cincuenta, caducos.
Vo he viajado por España, y he hecho esa observación.
- Alí, hombres y mujeres, se pasan .como las flores,
apenas abiertas y ya marchitas.
—Yo no he hallado en usted un defecto en su edad.
Entonces... Soy rico, inmensamente ¿ricO..., puesto
que yo mismo no sé lo que tengo, y mejor que yo lo sabe
mi administrador general...
—Tampoco es ese un detecto, si bien no es una gran
cualidad —dijo María con aire desdeñoso.
—Amo a usted...
—Pero... príncipe... Usted olvida mencionar lo. princi-
pal, el clou de la cuestión.
— ¿Qué?
—Que usted no se pertenece, que no €s libre, que €S
usted casado...
—¡Ah! ¿Y es ese el gran defecto que usted me encuen”
tra?exclamó el príncipe con pasmosa calma,