LOS ÁNGELES DEL ARROYO 1201
buen tono mantenerse serio después de cada ocurrencia
de Clara, guardando la risa para cuando él decía alguna
gracia, que empezaba por celebrarse él mismo.
Porque esa es la salsa de la gracia del"chulapo madri-
leño.
De sus conquistas había que oírle hablar, refiriendo los ;
chascos que llevaba dados en este mundo,
—Como ya el pobre Ramón va declinando, y se cree
que es hombre al agua en cuestión de amores—decía
Clara—todos los que la daban de calaveras, de conquista-
dores, de tunantes muy largos, se dirigían a la infeliz du-
quesa de la Sonora como quien entra por país conquis-
tado. ( .
Yo les dejaba venir y hasta les atraía con alguna dis-
creta sonrisa equívoca, pero que ellos traducían siempre a
su favor. :
Y como el cazador que ve desde el puesto “acercarse
la perdiz, para tirarle, yo les dejaba aproximarse, y cuando
les tenía a tiro, soltábales una perdigonada de denuestos,
que dejaba a los más audaces patitiesos y perniquebrados.
Esto me fué dando una fama terrible de inexpugna-
ble, y esto dió origen a grandes apuestas ridículas, de las
que siempre salieron con las manos en la cabeza los que
apostaron en favor de mi vencimiento.
Yo misma gané una de dos mil duros a un señor ruso,
que me apostó que, pasados tres meses, sería yo su que-
rida voluntariamente.
Gastó mucho en obsequiarme, en pagar gente que me
-—hablase y convenciese, y cuando expiró el plazo, sólo ha-
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