1214 LOS ÁNGELES DEL ARROYO
—Es que yo creo que lo mismo sientes en las tablas
que fuera de ellas. ,
—Eso es lo que tú no sabes.
—Al menos así parece. Tienes veinte años y todavía,
cosa rara en mujer de teatro, no has tenido un amante,
ni se te han conocido simpatías por nadie.
—Es verdad, pero eso ¿qué quiere decir? ¿Que no me
había llegado la hora de amar, o que no podré amar nun-
ca, porque yo no creo absolutamente indispensable amar?
—Eso dice lo poco sensible de tu corazón.
—No... eso no dice más sino que está dormido, y que
todavía no ha asomado quien ha de despertarlo.
—Excepcional fenómeno deberá de ser cuando ante
los centenares que te habrán solicitado no ha habido uno
que te haya inspirado amor.
—Lo que no ha habido es ninguno en cuyo amor haya
yo creído.
—¡Es posible!
—Pues no es más que eso.
—Sin embargo, el príncipe...
—¿Crees tú que me ama?
—No lo sé; pero él hace todo cuanto puede hacer el
que ama,
—O el que se obstina en hacer creer que ama. Yo no
sé, hasta ahora, qué pruebas de amor me ha dado.
¡Qué! ¿Que me ha mirado todo el tiempo que he per-
manecido en escena?
¿Que me ha enviado flores y brillantes que, o he recl-
bido con indiferencia, o le he devuelto sin consideración?