LOS ANGELES DEL ARROYO
— ¡Pobre madre! —murmuró Marieta
—¡Sí, pobre marquesa! ¡Cuánto más te hubiera valido,
Marieta, haber reconocido a tu madre y haberte ido con
ella!
Tal vez no te hubiera reconocido por hija públicamen-
te; pero hubieras vivido con ella, todavía viviría, hubieras
conocido a tu padre y te hubieras casado bien y heredado
a los dos! No que ahora...
—¿Has visto qué pugilato entre la Emma y yo?
—Terrible. Esa mujer te envidia y procurará perjudicar-
te todo lo posible.
—No..., ya lo ha intentado.
-—¿En escena?
—No; fuera de ella.
—«¿Cómo? ¿En qué forma?
—Ayudando los propósitos del principe de Vitelesk.
—¡Es posib!el
—¡Ah! Es verdad, que no te he dicho...
— Habla, habla...
—Pues sí, hijo: la Emma metida a tercera, a celestina...
Tiene gracia, ¿eh?
—Pero ¿qué interés tiene?..,
—Pues uno muy vivo,
— ¿Cuál?
—Ella sabe que el príncipe no me permitiría trabajar en
en el teatro desde el momento que fuese mi amante, y ese
sería un gran pretexto para deshacerse de mí, sin escánda-
lo, sin ruido. :
—No sé qué daño puedes hacerla, ni en su reputación
artística, ni en sus intereses; al contrario, que mientras te
Tomo 1 156