LOS ANGELES DEL ARROYO 119
—¿Dónde demonios andará ése y la chica? Son más de
las doce y no vienen... ¿Será cosa que me tenga que le-
vantar pa ir a buscarles a la Prevención?
Y esta preocupación teníale desvelado, como a un pa-
dre cuyos hijos faltan de su casa a la hora acostumbrada.
Porque es de saber que aqueilos dos golfos, a los que
hemos visto cuatro años antes vagar a deshora por las.
calle, entretenidos en charlar en el escalón de una puerta,
sin acordarse de irse a dormir, desde que el uno era pa-
dre de familia y el otro espiritual, como padrino de Ma-
rieta, no faltaban nunca de su casa desde que el vendedor
del Rastro recogía sus bártulos ayudado por el Punta, y
Colás recogía las últimas puntas de cigarros en los cafés,
recibiendo algunos pescozones y puntapiés de los mozos.
e
hook
A las diez de la noche en invierno y a las doce en
verano, estaban ya recogidos y roncando, el uno en su
jergón de borras de algodón, y el otro en el suyo, con
Marieta al lado, hacia la pared, para que no se rodase al
suelo,
Por eso aquella noche, cuando el Punta oyó dar las
doce en San Andrés, su preocupación y su cuidado subie-
ron de punto. á
Al oir dar las doce y media sentóse en el jergón mur-
murando: :
—¡Recontra! Esto ya pasa de castaño oscuro. Voy a
“buscarles. y 20
Y ya estaba calzándose las .abarcas, que era su único
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