LOS ÁNGELES DEL ARROYO
— es
hasta ahora se ha ocupado, sino que deshonraría a una
señora que merece todo respeto, y a la que se cree viuda
de Letamendi, porque todos ignoran que es su propio
apellido el que lleva su hijo.
Y Enrique, convencido y asesorado por su madre con
respecto a Letamendi, quiso saber su modo de sentir en
la cuestión del reconocimiento de Maríeta,
—De eso no puede nadie juzgar hasta conocer la vo-
luntad de Ma:ía, que la misma Clara parece no haber con-
sultado
Ni tú, ni nadie que no la conozca muy a fondo y muy
íntimamente, es capaz de prejuzgar su aclitud cuando se
le proponga ese reconocimiento por su padre,
—Sin embargo... yo me atrevería a pronosticar una coga,
—¿Qué, madre mía?
—Que Marieta no accederá a ese reconocimiento,
—¿Por qué?
—Porque no se varía radicalmente de sistema de vida
sino a la fuerza, ;
La pasión, la indigencia, un nuevo estado como el ma.
tritonio, pueden obligar a variar de método de vida,
Pero cuando Mar eta considere que va a pasar desc
los esplendores más o menos fantásticos o reales de la es-
cena, a la modesta Ser, de un hogar como el de
Letamendi y su madre, si ella se hace bien cargo del cam-
bio, ten la seguridad a que no acepta,
—Es posiole,
—Es seguro, Enrique. El medio ambien'e en que se
vive viene a constituir un elemento, como lo es el aire para
el ave, el agua para el pez.