1330 LOS ÁNGELES DEL ARROYO
—«La vostra inocensa... mío caro» —repuso Bianchi.
—¿Yo inocente? ¿En qué lo demuestro?
—En que no hay nadie que ignore el acontecimiento,
eomo si dijéramos, el plato del día, excepto tú.
—Pues ya estoy aquí para oirte. Ponme, pues, al co-
2 rriente de lo que ocurre, Bianchi.
—¿Pero no lo sabes?
— ¿Qué?
—Que la Golfini...
—Acaba.
—Ha pasado el día en el palacio del...
—NOo... ño acabes, no acabes, porque te vas a tragar
este plato, lo mismo que te lo rompo en la cabeza.
eo ole
Nicolás, uniendo la acción a la palabra, cogió el primer
plato que halló a mano y lo levantó sobre la cabeza de
Bianchi, que la encogió, haciéndola AS casi entre
sus hombros.
—¡Miserablel —gritó Colás, mientras algunos actores,
levantándose, se interpusieron entre él y Bianchi, entonces
actor de carácter bastante malo, pero como se comprende-
rá, protegido por la Santoliani.
—Pero, señor Nicolás, ¿qué es esto? -—exclamó Emma
levantándose de su asiento.
—Esto es, que al que hable mal de esa muier le corto
yo la lengua para echársela a los perros.
—¡Ah! ¿Es usted otro... «amateur platonique» de la
«Tagazza?>
—-Soy quien soy, y ya no me - importa decirlo
Soy quien cuidó de los primeros años de Marieta,