LOS ÁNGELES DEL ARROYO 1397
—De modo— dijo el viejo apuntador —, que resulta que
María Golfini...
—Bien, calla ya. Beppo... No te han dado vela en este
entierro —le gritó Emma, que hubiera deseado poder dar
expansión a su despecho.
—Pero si es verdad que tú...
—Que te calles, Beppo, o te despido desde ahora...
—Vamos, señora Santoliani —dijo con sorna Nicolás—,
tenga usted compasión del viejo cómico, que puede ser su
padre, y descargue usted si quiere su ira en mí, que no la
temo.
—Os habéis propuesto todos atacarme, quitarme la vida.
¡Ah! ¡Qué... ingratos, qué ingratos son! —exclamó
Emma, dejándose caer como desmayada en los brazos de
Bianchi.
—¡Ah, «corpo di Baco!» Si me la matas, Nicolás... ten-
drás que darme cuenta...
—¡Eh! ¡Anda a paseo, estúpido! ¿No ves que está re-
gresentando?
La cena acababa en tragedia.
Pero por fortuna sólo era representada, y después que
hubo salido Nicolás, todos los cómicos se agruparon al-
rededor de la Santoliani, haciéndola aspirar vinagre y un
pedazo de pluma quemada de un sombrero de una de las
actrices, hasta que, abriendo Emma los ojos, exclamó con
voz débil.
—d¿Dónde estoy?...
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Tomo 1 168
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