LOS ANGELES DEL ARROYO
de buscar un par de piezas de tiro rápido con que hacet-
nos volar mútuamente, porque la distancia reglamentaria
- es la de diez pasos.
—¡Qué atrocidad! Eso es un suicidio,
-—No, señores; porque es uno a otro como se matan;
pero se matan de verdad e indefectiblemente.
—¡Demonio! —murmuró el catedrático—. ¿Qué decís,
coronel Murniet?
—Digo, que se lo diremos al principe y escribiremos
al señor el resultado.
—Advirtiéndoles —dijo Colás—, que si no es a navaja
o a cañonazos no admito el duelo.
—Se le dirá así —contestaron los dos testigos inclinán:
dose de nuevo y saliendo acompasadamente. ' +
En la puerta se volvieron, hicieron un nuevo saludo,
encorvándose con un ángulo de noventa grados, y des»
eparecieron.
Colás no podía tenerse de risa.
Aún se revolcaba en una butaca con los puños en el
estómago, cuando entró de pronto Marieta en la habi-
tación,
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