1352 LOS ANGELES DEL ARROYO
— ¡Nada! Quitarle el sombrero de un revés, porque ha-
blaba de ti sin tenerlo en la mano.
—¡Qué loco eresl
—Siempre golfo hasta que muera,
—¿Y en qué ha quedado eso?
—No lo sé,
—¿Cómo no lo sabes?
—No; han quedado en escribirme si el principe acepta
mis condiciones para el duelo.
—¿Y son...?
—A muerte.
—¡Ohl ¡Por un sombrero!
—¡Y qué quieres! Yo no hago las cosas a medias.
—Pero si yo creo que tú no tiras.
—Vaya si tiro,
-—Yo creo que tú no sabes más que tener la espada en
los combates de teatro.
—Nada más.
—Y sabiendo eso, ¿te vas a batir con el principe de
Vitelesk, que dicen que es un tirador diestrísimo?
—Tengo la elección de armas,
—¿Y cuál has escogido?
—Dos.
¿Cómo dos?
Sí; O UNO U Otra,
¿Pero cuáles son?
—Una, la navaja de muelles,
—¡Colásl
—Hija, yo no he llevado nunca más que mi po
dientes en el bolsillo,
an