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LOS ÁNGELES DEL ARROYO
—No. Ni tú tampoco.
—¿Y qué?
—Pos suponte que un día te saliera por ahí un padre
o una madre ricos.
—Sí, ¿y qué?
—¿Te acordarás tú de Marieta?
-——¡Pues no! Para que yo aceptase a ese padre o a esa
madre, tendría que poner a Marieta al igual mío, y si no
se quedarían sin miquis.
—Tú podrías hacer eso porque ya eres un grandullón
de dieciséis años, y sabes lo que te pescas pero Marieta
es una niña y no puede imponer a su madre que me pon-
ga a mí a su nivel, ¿sabes?
—Pos por eso te digo, hombre, que te quedarías sin
h ella por «in sécula...»
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—¡Cabal!
—Y ná más... Y tú y yo, y todos, nos quedábamos sin
ella, y ¡abur, Perico! Todo lo que tú y yo hemos hecho
por la niña, pa los lobos.
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———
2 > ++ tame
Er a oi
Quedóse Colás profundamente pensativo, y el Punta
V también parecía meditar.
—Pues no sé qué hacer—dijo al fin Colás,
—¿Qué? No ir a casa de ese don Eduardo,
—¿Y qué dirá? E: $
—Que diga lo que quiera, ¡mistél DO
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