1362 LOS ANGELES DEL ARROYO
—¿Es un secreto, quizás, tu pasión?
—Lo es.
—¡ Ah! Entonces no pretendo sorprenderlo,
—Haces bien, porque ni tú ni nadie lo sabrá.
—Eres muy reservado.
—Debo serlo.
—-Entonces, eso es que has puesto tu amor en una
mujer indigna de ti.
—No. Yo soy el indigno de ella.
—¡Ah! Entonces, es... que te has enamorado de
alguna joven de la aristocracia rusa y temes hacer el
ridículo, hasta para mí confesando tu insensatez; pot-
que lo sería, en efecto. Comprendo que una de esas
jóvenes se hubiese enamorado de ti y hubiera procu-
rado significártelo, y hasta elevarte a su nivel, ofre-
ciéndote su mano y su fortuna, o invitándote a con-
quistarla; pero si tú te has enamorado de ella y ella...
—Mlarieta..., a ti puedo decírtelo, porque eres como
mi hermana, ya que no como mi hija, porque no tengo yo
edad de tener hijas de veinte años, teniendo yo vein-
tinueve.
—Vamos..., tú quieres hacerme alguna confidencia.
—Si vieras lo que fatiga llevar dentro de sí algo
secreto que no puede participarse a nadie...
—Sí, sí, lo creo... Pues ya sabes que yO SOY €50...,
como tu hermana, y a mí puedes decírmelo todo.
—No te burlarás, ¿verdad?
— ¡Burlarme yo!
—Es que te va a parecer un desatino.
-—Yo no creo que sea desatino nada en cuestión de