1366 LOS ANGELES DEL ARROYO
Lo que sí sé és que el matrimonio, desde el pri-
mer día, no tuvo uno de paz.
El viejo conde de Ulm, que había sido nombra-
do generalísimo del ejército del Mediodía, quiso lle-
varse a su esposa, a la sazón de veinte años, a Odes-
sa, donde debía residir; pero Alejandra se resistió a
dejar San Petersburgo y quedó aquí con sus padres,
los grandes duques Alejo y Olga.
Nadie ha sabido por qué, el conde de Ulm, tres
meses después de residir en Odessa solo, fué asesina-
do por una nihilista, que le disparó dos tiros de revól-
ver, y luego se suicidó, al verse perdida, porque ya
sabía lo que la esperaba.
Dice quien me ha enterado de esto, un criado del
gran duque, que en su vida tuvo Alejandra un día
más alegre que aquél en que se recibió la noticia de
la muerte violenta de su esposo.
Hasta su madre tuvo que separarla del piano, en
el que se había puesto a ejecutar el himno popular ni-
hilista «¡Dios maldiga al Czar! », cuyo canto o mú-
sica cuesta ir, por diez años, a Siberia desterrado.
Alejandra no salió de su casa durante un año.
Pero no lograron sus padres que se pusiese luto.
Terminado el año, Alejandra volvió a asistir a las
fiestas de la Corte y a desplegar el lujo que la permi-
tía la fortuna heredada del conde de Ulm, que es in- .
mensa.
Durante los cinco años que han transcurrido desde
la muerte del conde, no se le ha conocido a Alejan-