128 LOS ÁNGELES DEL ARROYO
—Es que... me ha dado dinero para que vista bien a
Marieta.
—¿Cuánto?
— Diez duros.
—¡Al pelo!
—¿Qué quieres decir?
—Mira, déjame ahora que duerma y que rumie lo que
estoy pensando,
—¿No puedes decírmelo ahora?
—No, no quiero sin rumiarlo bien antes. Las cosas
hay que pensarlas antes de decirlas, y después de decir-
las hacerlas, y después de hacerlas..., pues hechas se que-
dan. ¡Eo
Esto retrataba al Punta de cuerpo entero. Esa era la
idiosincrasia de aque! golfo,
Una reflexión madura, una voluntad enérgica y una
tenacidad incontrastable.
—Entonces durmamos—dijo Colás—. Así como así,
nos estamos cayendo de sueño y no pensamos más que
disparates.
—Sí... Mañana será otro día y verá la tuerta los espá-
rragos. Así que nos refresquemos pensaremnos mejor.
—¡Ea! Pues cada mochuelo a su olivo, y a dormir.
—Apaga la vela, y hasta mañana.
dk
Colás abrigó a Marieta con un pedazo de la vieja
manta; él se envolvió en el resto, dió un soplo a la vela y
poco después dormía como un bienaventurado.