LOS ANGELES DEL ARROYO 1373
alrededor de los trineos dispuestos para la carrera de
dos kilómetros que debían recorrer.
De pronto, me encontré frente al trineo del gran
duque.
Alejandra, vestida con suprema elegancia mosco-
vita, es decir, con muchas pieles de finísima marta ci-
belina y terciopelos de Astrakán, se fijó en mí, y una
oleada de sangre pareció invadir su blanquísimo rostro.
Bajó los ojos, los volvió a levantar hacia mí, y de
ellos vi desprenderse una lágrima...
—+¿No sería del aire frío del Báltico?—dijo Ma-
rieta, sonriendo.
—¡Prosaica! Esa lágrima debía de ser de amor.
—Perdona, hombre...; yo creí que pudiera ser re-
sultado de algún aire colado de esos que endurecen
como acero la superficie del Neva.
—Si fué de aire o de amor, podrás juzgarlo cuan-
do te diga el resto de la cuestión.
—Vamos, di; seré juiciosa.
—-Continúo, pues.
—Te escucho con cien oídos.
—_Después de mirarnos fijamente, sin pestañear, lo
menos un minuto, oyóse un toque de atención de la
corneta que debía dar la señal de partida de los tri-
neos.
La multitud se retiró a los lados, formando calle,
y yo logré ponerme en primera fila.
Desde allí veía a Alejandra, cuyo trineo ocupaba
el extremo de la fila, de modo que tendría necesaria-
mente que pasar por delante de mí.
Ñ
Di
i 1 ¡
y
Ñ
$
le Í
|
El
4
bl
A