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1380 LOS ÁNGELES DEL ARROYO
—No, señora condesa: como propina no se contenta-
ría con ello un gobre mujik.
Para un caballero es demasiada recompensa, y estoy
dispuesto a devolverla si usted lo cree así...
Alejandra me miró intensamente, y me dijo:
—¿Pero tanto valor concede usted a un ramo de vio-
letas?
—En una «kermesse» podría pujarse, subastándolo us-
ted, hasta dar por él cien mil rublos, quien pudiera darlos,
Ahora en este momento, si trataran de comprármelo,
no habría dinero en toda la Rusia con que pagármelo.
Alejandra se sonrió con satisfacción, y exclamó:
— Usted debe ser español.
—Sí, señora.
— Tierra de hidalgos y caballeros. Pero además debe
usted ser andaluz.
—«¿Por qué, señora condesa?
— Por lo exagerado... ¡Oh! Conozco bien el carácter
especial de cada país, y Andalucía sé que es la Gascuña
de España.
—¿Ha estado usted en mi país, señora condesa?
—No; pero deliro por todo lo español, hasta por sus
corridas de toros, sus boleros y sus majas, sus ternos de
taberna, sus bandidos secuestradores y su Castelar.
— ¡Dios mío, señora condesa, qué España tan contra-
hecha la han mostrado a usted! —exclamé.
—¡Ahl, no, no... y si no fuera así, no me gustaría tanto,