LOS ÁNGELES DEL ARROYO 1433
La voz fué corriendo de salón en salón y de galería
en galería hasta la Sala Blanca.
Los concurrentes acudieron a formar calle, y las or-
questas, al unísono, rompieron a tocar la marcha impe-
rial rusa.
El emperador, en uniforme de gala de coracero de la
guardia, con su rostro pálido y melancólico, su barba
rubia, estaba aquella noche más preocupado que de ordi-
nario.
La czarina, tipo inglés elegante y majestuoso, vestía
un traje sencillo de piqué de seda blanco, ligeramente es-
cotado, y sin más joyas sobre sí, que un calabrote de oro
con su medallón, en el que llevaba una miniatura de su
marido, y en una de sus muñecas tres o cuatro aros de
oro con ligeros dijes esmaltados.
No llevaba pendientes, siendo la soberana que en aquel
tiempo impuso la moda, desde aquella noche, de la su-
presión de los pendientes, hasta el punto de que un cuar-
to de hora después no había en los salones una sola mu-
jer elegante queno se hubiese quitado los pendientes de
las orejas, algunos de ellos de fabuloso o :nás bien escan-
daloso precio, pues hasta los había que habían costado
diez mil rublos.
La emperatriz, por el pronto, había producido esa eco-
nomía a todo marido de mujer antojadiza o envidiosa.
No hay que decir que, conocido el «ukase» imperial
sobre la supresión de los pendientes y exageradas joyas,
las grandes duquesas que acompañaban a la emperatriz,
sus hijas y las damas de servicio, habían suprimido el más
bello de los adornos de la mujer: los pendientes. |
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