1434 LOS ANGELES DEL ARROYO
de ole ale
El czar entró dando la mano a la czarina con aire ca-
balleresco, como lo afectaba el emperador en todos sus
actos públicos.
Detrás seguía el brillante escuadrón de grandes duques,
cubiertos de bordados; de grandes duquesas vestidas de
baile, luciendo huesos o redondeces espléndidas que res-
plandecían como el mármol de las estatuas que sostenían
grandes candelabros, cuyas luces de gas caían a plomo
' sobre hombros y senos con puntos brillantes y azulados y
misteriosos claro Oscuros.
¿ Una de las primeras que iba detrás de la emperatriz,
pero al extremo de la fila que formaban las grandes du-
quesas y sus hijas, era la hermosísima condesa viuda
de Ulm, Alejandra Paulatoski,
¡Pobre Colás!
¡Era para volverse loco!
Pensar que podía ser amado por aquella mujer, capaz
de producir una congestión con su belleza, era una idea
que le trastornaba el seso hacía días, y que aquella noche
- debía consumar su terrible efecto.
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Alejandra excedía en belleza a cuanto pudiéramos pon-
derar la suya, realzada por el sugestivo aliño de baile, reve:
lador de soñadas esplendideces esculturales, que la ima-
ginación adjudica a la mujer amada y ardientemente
deseada.
No era ya la dama severamente ataviada con galas
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