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LOS ÁNGELES DEL ARROYO
por detrás en forma de V, larga y ancha, dejaba al descu-
bierto los fornidos omoplatos, blancos como tallados en
mármol de Pharos o de Carrara.
Dos hombreras estrechas de tul, plisadas y reforzadas
por cordoncillos de oro, sujetaban el cuerpo, pasando
entre los hombros desnudos hasta la mitad del antebrazo,
cubierto por una finísima capa de dorado vello, y que
conservaban la tersura de la pureza. .
Un guante de cabritilla blanco subía hasta aquella |
parte del brazo, donde empezaba la región de las nieves A
perpetuas.
Su cuello iba aprisionado por un collar de perias de |!
diez hilos, que terminaba sobre el pecho en uno pequeño, i
que sostenía un medalloncito de forma de corazón, com-
pletamente cubierto de brillantes.
En su cabeza sólo se veía una hermosa camelia roja,
de la que salía un sprit de hilos de cristal.
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Colás quedó como deslumbrado, entontecido, al apa-
recérsele Alejandra en aquella forma jamás por él con-
cebida.
Al pasar por delante de Colás, la encantadora hija del
gran duque Alejo hízole un graciosísimo saludo cortesa-
no, con toda la galantería de una reina, diciéndole al mis-
mo tiempo en francés:
—«¡Bien, merci!»
Y pasó la comitiva.
—¡Oracias! Me ha dado las gracias... ¿de qué? )
Aquel ingenuo muchacho estaba bastante atr:sado