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LOS ANGELES DEL ARROYO 1445
clase tan superior a la suya. ¡Un cómicol... La digo a us-
ted que se van poniendo los bailes de palacio demasiado
democratizados. De ese modo no sabemos dónde iremos
a parar.
El príncipe se inclinó, metiendo la cabeza entre los
hombros y abovedando la espalda, y dió dos pasos hacia
atrás y después volvióse y se encaminó, haciéndose aire
con el clac, hacia el sitio donde dejó a Colás de plantón.
*
Este no se había movido de aquel sitio más que lo
preciso para no estorbar el paso de los que circulaban al-
rededor del salón.
El príncipe, al llegar, no le vió y Pulido con la vis-
ta por aquellos alrededores.
Colás se llegó a él y le tocó en un brazo.
—¡Qué! ¿Creía usted que me había marchado?
—No hubiera tenido nada de extraño,
—¿Cree usted que le temo yo a sus puños de cíclope,
como usted a mi navaja y a un cañón...?
—Tenga usted en cuenta que estamos en el palacio im-
perial, y que aquí no se alborota como en los baños.
—También imperiales... de modo que diga usted dón-
de se mete uno para decirle dos frescas a un príncipe ruso
sin la lamentable consecuencia de salir atado y mudado a
un puesto de policía.
—Por eso conviene que hablemos bajo y donde menos
gente haya.
—Convenido. ¿Dónde quiere usted que vayamos, pues-
to que usted ya conoce esto?