ASA
1360 LOS ANGELES DEL ARROYO
—¡Yo! ¡Nunca, nunca! —exclamó la niña abrazándose
a Colás.
—¿Aunque fueras con quien te eomprase muchos tra-
jes y muñecas y te diera muchas golosinas?
—>i tú estuvieras conmigo, bueno; pero si yo no te
había de ver, no.
El padre de trece años, estrechó contra su pecho a la
chiquita.
—No; no tengas cuidao, que no te separarán de mi,
Ea, ¡al agua, patos!
La niña inclinó la cabecita sobre la jofaina, y Colás la
lavó la cara y el cuello, restregándola hasta ponerla co!o-
rada como un salmonete.
Luego la deshizo la trencita de cabellos rubios como
el oro, y tomó un peine semejante a las encías de una
vieja (tanta falta de dientes tenía) y la peinó la rubia me-
lena, volviendo a hacer la trenza, que ató con un pedazo
de cordón de zapato.
—Ahora mírate qué guapa y qué coloradilla estás—
dijo Colás, presentándola un casquillo de espejo, medio
gastado el azogue.
Marieta se miró sonriendo.
—Sí que estoy guapa, así tan colorada.
—Presumida... ¿Sabes que nos vamos de viajo?
— ¡De viaje, chacho! ¿Dónde, dónde?
—En el ferrocarril,
—¿En eso que hace fú... fú... fú... y que echa humo?
—Sí, mujer; si le has visto cn la estación del Norte,
que lleva una máquina con una chimenea y muchos co-
ches detrás.