1466 LOS ÁNGELES DEL ARROYO
interpretar mal apariencias que me han hecho llegar a
creer...
—¿Qué?
— Que... no le era a usted iudiferente.
—Negarlo sería mentir. Sí; me ha sido usted siempre
sumamente simpático, y como... artista, confieso que me
ha proporcionado usted momentos de verdadero entu-
siasmo.
—¿Como artista?
—SÍ. :
—¿Nada más que como arlista?
— Y ¿cómo quiere usted que fuera?
— Como hombre.
—¡Ah! Esa sería ya demasiada cur'osidad. de usted,
amigo mío, querer entrar en el sagrado de mis pensa-
mentos.
—¿Y si yo la pidiese de rodillas la entrada que preten-
de usted cerrarme?
—Pero ¿qué interés tiene usted en ello?
—¿Qué interés? ¿Puede haberlo mayor para un cora-
zón que ama, que el de conocer si es correspondido?
—¡Ah! ¿Usted... usted... me ama?
—¿Lo duda usted, Alejandra? ¿Lo ha podido usted
dudar ni un momento?
—Habí1 empezado a creerlo... pero...
— ¿Qué?
—También he empezado a dudarlo.
—¡Ah! ¿Por qué, Alejandra?
—Porque así como creía. a usted desligado de todo
afecto, y que todo:el suyo lo había concentrado en «mí,
en cuanto supe esta noche que tenía usted el ' corazón li-